Autor original: Flavia Mattar
Seção original: Artigos de opinião
Marta Fernández*
Marta Fernández |
Se ha hablado mucho del control que los gobiernos ejercen sobre los ciudadanos a través de la Red: desde restricciones en el acceso y el filtrado de contenidos hasta acciones de vigilancia, como en el caso de la red Echelon y otras teorías sobre espionaje y conspiración. La Red, además, se ha descrito muchas veces como la perfecta plasmación real del panóptico descrito por Jeremy Bentham y analizado más tarde por Michel Foucault a propósito de la sociedad disciplinaria. Ese edificio circular que sólo precisa de un vigilante situado en el centro, a condición de que los prisioneros no sepan con certeza en qué momento son el objeto de observación del guardia. La sola posibilidad de que las comunicaciones privadas a través de la Red puedan ser escuchadas por terceros en cualquier momento, puede tener un enorme poder de persuasión haciendo que los usuarios cumplan las normas establecidas por temor a las consecuencias de un comportamiento delictivo.
En cambio, cuando se analiza el comportamiento de las personas que establecen comunicaciones a través de la Red, con frecuencia se toca el tema de la libertad que proporciona el anonimato y la falta de contacto visual. Según muchos autores, los prejuicios ligados a características físicas o al estatus social, como el género, la edad o la raza no tienen vigencia en la comunicación por escrito con personas a las que no se conoce previamente. Las denominadas "relaciones sin rostro" son a menudo consideradas más libres e igualitarias y menos encorsetadas que las relaciones cara a cara.
Sin embargo, ningún tipo de interacción está nunca desprovista de normas sociales. Y éstas no sólo son las órdenes respaldadas por sanciones o las reglamentaciones que se respetan ante la posibilidad de estar siendo vigilado. También son aquellas pautas de conducta que los miembros de una comunidad construyen y transmiten de unos a otros. Se considera un tipo de control social informal, pero control, a fin de cuentas, puesto que evita conductas desviadas. A veces es tan sutil, que tendemos a pensar que surgen de nuestra propia forma de ser y no de lo que hemos aprendido e interiorizado en nuestra relación con otras personas. Y no tienen por qué ser comportamientos de tipo convencional, también se han de contemplar las conductas que adoptan los grupos contraculturales o alternativos para diferenciarse. No dejan de ser convenciones aceptadas por una comunidad, aunque sea minoritaria.
Este control social informal está relacionado con la imagen que nos formamos de los demás - a pesar de que no hayamos visto nunca qué cara tienen - y de nosotros mismos. También tiene que ver con el estilo de vida que llevamos -o que ansiamos llevar- y con los valores y referentes que compartimos con las personas de nuestro entorno (familia, grupos de amigos, trabajo, etc.). Es fruto de una ideología, es decir, una forma de ver la realidad construida por un grupo.
Al relacionarnos con un deteminado círculo de personas, evaluamos qué es lo que se espera de nosotros en base a experiencias previas y a nuestro sentido común, y ajustamos nuestra conducta (unos más y otros menos) a ciertas pautas. No es que nadie nos lo esté ordenando necesariamente. Simplemente, tratamos de cumplir algunos objetivos: sentirnos integrados, ser merecedores de confianza o no ser considerados un 'bicho raro', por ejemplo. El miedo al ridículo, al desprecio y a la indiferencia por parte de otros es a veces más poderoso que cualquier yugo. El sentimiento de culpabilidad también.
El ciberespacio no está exento de este tipo de normas sociales. Cuando nos introducimos en un entorno virtual, antes de darnos a conocer a la brava, observamos la manera en que se comportan los demás y nos hacemos una composición de lugar. Es como cuando entramos en una sala llena de desconocidos o en un vagón de metro, antes de sentarnos, echamos una ojeada para saber con quién vamos a compartir asiento: qué aspecto tienen, qué leen, si van solos o acompañados, etc. En una lista de distribución, por ejemplo, intentamos extraer información acerca de los demás participantes escrutando sus mensajes.
Por ejemplo, ¿qué registro de lenguaje utilizan? ¿cómo se dirigen unos a otros? ¿Qué nivel de intimidad se percibe entre los miembros del grupo? ¿Qué actitud parece ser mejor valorada al conversar sobre determinado tema: el humor ingenioso, la seriedad y el rigor, la modestia? Estas podrían ser algunas de las preguntas que nos podríamos formular antes de lanzarnos a participar, aunque sea de forma inconsciente.
En mi experiencia como moderadora del espacio de debate en.medi@ he tenido muchas veces la sensación de que una persona no participa hasta que lleva leídos un buen montón de mensajes de la lista y cree que lo que desea comunicar va a ser bien aceptado. Y si tiene la sensación de que las personas del grupo que está participando en una discusión se conocen entre sí y tienen mucha confianza, le resulta mucho más difícil darse a conocer, ya que tal vez le parece que será recibido como un intruso. Muchos mensajes de recién llegados a la lista empiezan con una pequeña presentación a modo de disculpa, del tipo "llevo poco tiempo en la lista, pero me he decidido a hablar porque el tema que estáis tratando me interesa mucho". Es como si preguntaran: "¿se puede?"
El grupo genera sin darse cuenta una especie de manual de "buenas prácticas"no explícito dando reconocimiento a aquellas personas que escriben cumpliendo las reglas del juego. Por ejemplo, agradeciendo las exposiciones claras y con mucha información mientras que se ignoran las insustanciales y las confusas. Las intervenciones con datos erróneos, que se escapan del tema planteado o que muestran valoraciones que van en contra del sentir general, en ocasiones son replicadas de forma airada. Los participantes penalizan de esta manera los que no se muestran respetuosos con los objetivos y con los valores del espacio virtual y modifican su forma de ser en posteriores intervenciones. En cambio, premian a aquellos que plantean cuestiones y aportan reflexiones clave, por ejemplo, preguntándoles personalmente cuál es su opinión sobre otro aspecto. De este modo, es posible que surjan líderes en el debate, que gozan del reconocimiento y de la admiración del resto del grupo, haciendo que ese tipo de conducta se establezca como la correcta y se reproduzca en los participantes que perciben los beneficios que reporta. Así, se va conformando una opinión general sobre cómo debe ser y cómo no debe ser el espacio. La interacción, como se puede observar, no se produce entre individuos completamente iguales y desconocidos, a pesar de que no se evalúe a las personas por su aspecto físico o su posición social, sino que entra en funcionamiento la construcción de identidad y de reputación .
Y todo esto ocurre de manera espontánea, sin que nadie tenga que estar estableciendo unas reglas escritas a modo de código ni conminando al resto a cumplirlas. Tampoco es preciso que nadie determine sanciones ni gratificaciones de manera tácita. No tiene nada que ver con la amenaza de la vigilancia y los mensajes "pinchados". Simplemente, surgen de nuestra condición de animales sociales, de la humana necesidad de ser aceptados por el resto de miembros de una comunidad y de compartir ciertos referentes que permiten que nos entendamos.
*Marta Fernández es licenciada en Sociología por la Universitat de Barcelona. Su tesina sobre Internet y participación ciudadana le animó a continuar la senda de la reflexión sobre la vida en la Red y le atrajo irremediablemente hasta Enredando.com. Es miembro del equipo de contenidos y coordinadora de en.medi@ desde diciembre de 1999.
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