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La madurez de la información

Autor original: Graciela Baroni Selaimen

Seção original:

Karma Peiró Rubio*


Hace menos de un año, mencionaba en el artículo: Pagar por saber y saber por qué pagar, la conclusión de un interesante debate que hubo en en.medi@ al respecto de los contenidos de pago, donde la mayoría de participantes estaban de acuerdo en que, a la larga, acabaríamos pagando pero sólo por aquel material informativo que, previamente, hubiera sido contrastado, analizado, ampliado, organizado, comparado y servido casi en bandeja. También había una tendencia al cambio en los consumidores de información: según los participantes de en.medi@ íbamos a ser más “exigentes, depurados y estrictos” con la información que pudiera caer en nuestras manos procedente o no de la Red; y de nosotros dependía que aparecieran nuevos medios de expresión e interacción para llegar al conocimiento que todos buscamos en esta nueva sociedad.


Sin embargo, uno de los últimos estudios de la consultora Jupiter MMXI predice algo bien diferente: el informe señala que siguen habiendo reticencias a pagar por contenidos desde el ordenador, pero no así por los servicios que llegan a través de los teléfonos móviles. Curioso, ¿no? Todos sabemos que la ‘buena acogida’ de estos aparatejos ha sido una gran sorpresa incluso para las propias empresas de telecomunicaciones. En estos momentos, ya hay mil millones de personas en el mundo comunicándose a través de un teléfono móvil. Pronto será bastante normal realizar llamadas videoconferencias, tener nuestra agenda al día, enviar correos electrónicos, navegar por Internet, hacer la compra doméstica, reservar entradas de espectáculos, etc. desde un único cacharro portátil de bolsillo.


Jupiter MMXI también dice que los europeos gastaremos 3.300 millones de euros en contenidos de Internet móvil en el 2006, y que estaremos más dispuestos a pagar por los que se encuentren en teléfonos móviles —como logos y melodías más perfeccionadas que las actuales, alertas multimedia con imágenes y audio, o tarjetas electrónicas de felicitación— que por los que circulen desde el ordenador fijo. Extraño, ¿no?. Olivier Beauvillain, autor de este informe, añade que “los diarios y revistas que atraviesan dificultades para generar ingresos procedentes de los visitantes de sus sitios web tendrán la oportunidad de cobrar por sus contenidos en móviles”. Y, señala, que las únicas compañías que generarán sólidos ingresos por contenidos de pago a través de los ordenadores serán aquellas que ofrezcan informaciones relacionadas con el entretenimiento como música, juegos y vídeos online (cuando las conexiones de alta velocidad estén más extendidas).


Aquellos tiempos pasados...


Hablar de si los contenidos acabarán siendo de pago o no en una Internet semi gratuita queda algo reiterativo, porque cada tres meses aparecen nuevos estudios e informes con pronósticos estimables sobre los futuros comportamientos de los internautas al respecto. Lo que no dice ninguno de estos estudios es que ya no estamos en la misma Red de hace seis años (momento considerado como el inicio de la Internet popular, al menos en Europa), y que nuestra forma de relacionarnos, de buscar información, de consumir conocimiento, de inventar, de movernos ya no es la misma. Y eso, ¿qué implica? Entre otras cosas el que también seamos más selectivos, exigentes, el que sepamos cómo conseguir lo que queremos, el que nos movilicemos en la Red, el que cada uno de nosotros sea más consciente de que tiene que aportar conocimiento y compartirlo con sus semejantes, y el que hayan aparecido herramientas más potentes para la recuperación y creación de información.


En 1996 éramos 30 millones de internautas; hoy, somos más de 500 millones de personas interactuando, comunicándonos, creando en un espacio virtual y moviendo hilos para que la realidad cambie según el criterio de la mayoría o del más fuerte. Hace seis años, la credibilidad de la Red estaba por los suelos; hoy, ya ha quedado sobradamente demostrada en varias ocasiones y hasta los medios de comunicación más reacios la utilizan como fuente de información y comunicación. Nuestras búsquedas de información en aquel momento, donde apenas existían servidores en nuestro idioma, se han modificado sustancialmente: de aquel Yahoo! estupendo —panacea para todos porque nos ofrecía un intento de clasificación de las primeras miles de webs que nos aparecían en la pantalla— hemos pasado el completísimo Google, donde su última novedad es la de ofrecer un servicio de búsqueda de noticias de cientos de medios de comunicación, actualizado automáticamente al minuto, y con la capacidad de agrupar temáticamente las noticias procedentes de diferentes medios, de manera que el usuario puede acceder fácilmente a diversas fuentes informativas sobre un mismo asunto.


 Pero el paso más espectacular, a mi entender, se dio cuando todos fuimos conscientes de que además de leer o recibir, éramos capaces de crear y dar. De los primeros pinitos publicando nuestras páginas personales, o atreviéndonos a diseños sencillos de páginas web se ha pasado a los estupendos e hiperenlazados weblogs— también entendidos como cuadernos de bitácora— donde la sofistificación está llegando a tales extremos que ya hay decenas de directorios temáticos sobre ellos, con clasificaciones de los más visitados, páginas con herramientas para editarlos, y otras dedicadas a publicar un resumen de sus contenidos como la de Microcontent News. Eso a nivel individual.


A nivel colectivo, hemos pasado de las primeras BBS (Bulletin Board System) a la creación de comunidades de conocimiento —donde lo que más se valora es que la información pertenece a cada uno de los participantes y es pertinente con los objetivos predefinidos por el grupo—; a las redes ciudadanas que cumplen con unos fines sociales; y a las publicaciones electrónicas ‘alternativas’ o independientes que luchan contra la desinformación de los medios convencionales (como ha ocurrido con el fenómeno Indymedia, o con las revistas que se están creando en Argentina, para informar de las decisiones que la población toma en las asambleas de barrio del país). Después de toda esta carrera, ¿todavía podemos pensar que, en los próximos años, sólo seremos capaces de pagar por melodías de teléfonos móviles y logos por muy sofisticados que sean?


¿Qué información va a ser de pago?


No quisiera pillarme los dedos dando pronósticos ligeros como los cientos de estudios que corren por la Red vapuleando al lector hacia uno u otro lado en función de los resultados de ventas de las grandes compañías de información. Pero casi me atrevo a decir que, al menos, estaremos dispuestos a pagar por aquella información de calidad que esté cada vez más dirigida a las necesidades de los usuarios. ¿Y cómo saber cuáles son estas necesidades?


Tenemos dos opciones:


1) Ir tanteando el terreno como lo están haciendo ya algunos medios de la Red. Por ejemplo, Slashdot cobrará cinco dólares por cada mil páginas libres de publicidad; Segundamano.com utiliza el sistema de micropagos en los anuncios por palabras, Yahoo! hará pagar por el uso de su servicio POP3 para recoger correo desde programas como Outlook Express o Eudoar; la edición londinense del Financial Times ha decidido cobrar 160 euros anuales; y Amazon considera que ya es momento de que pasen por caja los nueve millones de internauta que pasan cada mes por su excelente base de datos cinematográfica.


2) La segunda opción es crear sistemas de información y puntos de encuentro para que los individuos, las empresas, las instituciones, los colectivos, creen y se organicen en redes. “Tantas como sean necesarias, desde el punto de vista de los contenidos y los conocimientos que se buscan (o son necesarios para su funcionamiento), o de los objetivos que se propongan alcanzar”, decía Luis Angel Fernández Hermana, en el editorial No hay red como la red propia. “Redes intensivas en inteligencia: obtengo lo que busco, mejora lo que tengo; ofrezco lo que se me solicita y proyecta la actividad conjunta de sus participantes”.


Los archivos y las bases de datos especializadas también van a tener una importancia enorme en los próximos años. Por la información que contengan sí que vamos a pagar, porque será un reconocimiento a un trabajo cualificado, donde el ahorro de tiempo para localizar lo que quiero consumir va a ser bien remunerado. Ya lo estamos haciendo, cuando los medios de comunicación tradicionales nos ofrecen dos o tres años de sus hemerotecas en formato CD-ROM por unos cuantos euros. Ante dicho desembolso no tenemos ninguna queja porque se reconoce una labor de clasificación e indexación de gran valía.


Al principio del camino


El consultor y escritor Peter Drucker publicó, a finales del 2001, un informe en la revista The Economist en el que lanzaba algunas pistas sobre cómo sería la sociedad del futuro, bajo una perspectiva social, política, económica y tecnológica, a partir del análisis del momento que estamos viviendo. Sobre la revolución de la información decía que todo el mundo creía en que ésta iba a una velocidad sin precedentes, y que sus efectos serían mucho más radicales que ninguno de los vistos hasta la fecha. Sin embargo, Drucker disentía: “La velocidad y el impacto de la revolución de la información es similar a lo ocurrido en otros momentos de la Historia”. “(...) Aunque el primer ordenador se creara a mediados del siglo pasado, tuvo que aparecer Internet y que ésta llegara a las masas para que empezaran a producirse cambios económicos y sociales sustanciales, casi cuatro décadas más tarde”. De igual forma, este experto considera que todavía quedan años por delante para que se produzca realmente una revolución de la información.


Si esto es así, no estamos más que empezando. Actualmente, con toda la sofistificación que la Red despliega ante nosotros (comparándola, obviamente, con la que disfrutábamos hace unos años, no con la que tendremos de aquí al 2010), todavía no existen buscadores que se sumerjan en las bases de datos y extraigan resultados de éstas. A lo máximo que alcanzan es a señalar que en tal base de datos, o en tal otra, hay la información que se solicita. En cuanto a los archivos, todo apunta que los más frecuentados serán los que vayan acompañados de tecnologías que ahora todavía no están a nuestro alcance, capaces de efectuar análisis semánticos de los documentos que almacenan, de comprender su significado, y de hacer recomendaciones sobre los documentos emparentados por su contenido, temática, autoría, procedencia, y por su extracción o insercción histórica en ciertos contextos de información y conocimiento. Pero ese momento todavía está por llegar, y a lo máximo que podemos aspirar ahora es a colocar nuestros contenidos (de pago o no) de forma manual, clasificarlos como mejor sepamos y podamos, y competir en un mercado todavía muy incipiente que evoluciona sin prisas pero sin pausas.


*Karma Peiró Rubio é jornalista e diretora de conteúdos da revista En.red.ando.

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