Autor original: Maria Eduarda Mattar
Seção original: Artigos de opinião
Marta Caravantes*
Finalizada la batalla bélica en Irak, comienza ahora otra nueva forma sofisticada de ofensiva: la lucha por acaparar la mejor parte de los 'despojos iraquíes'. Y no me refiero a los asaltos a comercios, museos o ministerios, sino al acopio del botín por parte de multinacionales y gobiernos, que incluye no sólo la reconstrucción de Irak, sino también el aprovechamiento de sus recursos naturales.
EE.UU., anticipándose a cualquier movimiento de Naciones Unidas y como gesto rotundo de hegemonía, nombró jefe de la Oficina para la Reconstrucción y la Asistencia Humanitaria (ORAH) a Jay Gadner, general de más de 30 años de carrera militar y presidente hasta el mes de enero de SY Technology, sociedad que proporciona al Pentágono sistemas de guía electrónica para proyectiles como los misiles Patriot. Por si no era suficiente el lucro de la destrucción, ahora también "lo humanitario" queda en manos de los lobbies de armamento. El ritual de destruir-expoliar-reconstruir no es nuevo, pero nunca fue tan evidente.
Mientras las multinacionales redefinen sus estrategias en Oriente Medio, los políticos de todo el mundo tratan de precisar cuál será el papel de la ONU en el futuro de Irak. Pero, ¿hasta qué grado van a consentir EE.UU. y Gran Bretaña que Naciones Unidas administre lo que ellos consideran su 'botín de guerra'?. El ministro británico de Exteriores, Jack Straw, no ha dudado en amenazar a la ONU con dejarla marginada por segunda vez si no 'coopera' con Washington y Londres. George Bush y Tony Blair, tratando de infundir imagen de moderación, han afirmado en uno de sus últimos encuentros que "Naciones Unidas va a jugar un papel vital en la reconstrucción de Irak". Y ateniéndonos a la humillación a la que ambos mandatarios sometieron a Naciones Unidas durante el proceso de preguerra, concluimos que ese 'vital' de áurea ambigua, va a significar reparto de medicinas, comida, atención a enfermos y refugiados... y poco más. Nos encontramos con una inquietante paradoja: la ONU, organización que se opuso reiteradamente a la guerra, será quien sufrague los gastos derivados de la destrucción y el horror, pero sólo los gastos de ayuda humanitaria, ya que el reparto del botín y el negocio de la reconstrucción quedan reservados al club de las multinacionales elegidas para tal fin, especialmente el círculo cercano al partido republicano. Según los expertos, la asistencia humanitaria y la reconstrucción de Irak costará entre 20.000 y 25.000 millones de dólares anuales durante 10 años. "Estados Unidos no debe soportar solo esa carga", afirman en una carta al Washington Post los senadores Joseph R. Biden y Chuck Hagel. Se trata de repartir el peso de los costes y acaparar las ganancias. O como se diría en términos de mercado: socializar las pérdidas y privatizar los beneficios.
EE.UU. y Gran Bretaña pretenden convertir a la ONU en una especie de ONG asistencialista, que coopere donde se le dice y haga mutis por el foro cuando estorba. Ya dijo Colin Powell que la ONU no va a participar en el futuro político de Irak y que lo que le corresponde es trabajar en labores humanitarias. Quizás el secretario de Estado debería releer la Carta de Naciones Unidas, donde se afirma que uno de los propósitos de la organización es "mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz". Son mucho más que labores asistenciales las que se le asignaron a la ONU y muchos de los líderes mundiales deberían de releer la Carta de 1945 a la hora de debatir el papel de Naciones Unidas en el mundo.
Pero además de las amenazas a su presencia política, Naciones Unidas se enfrenta a otro tipo de infección, ésta más sutil, pero igualmente virulenta: el llamado 'marketing solidario' de las multinacionales. El lucro de las grandes corporaciones en la ayuda humanitaria o en la reconstrucción de países afectados por guerras o catástrofes naturales es una estrategia delineada hace varios años. En sus estudios de "nuevos yacimientos de mercado", las multinacionales comprobaron cómo el volumen financiero dedicado a ayuda humanitaria en el mundo ascendía a gran velocidad. ¿Por qué no aprovechar 'lo humanitario' para hacer negocios? De paso la imagen corporativa, tan castigada muchas veces por la connivencia con dictaduras o corrupciones, se daría un baño regenerador de apariencia solidaria. De campañas mundiales junto a grandes ONG pasaron a firmar pactos con Naciones Unidas e, incluso, empresas con un historial difuso -por no decir negro- en derechos humanos o en el respeto al medio ambiente, lograron sufragar programas humanitarios de la ONU, sacando siempre su rentabilidad corporativa. En 1999, durante el Foro Económico de Davos, el secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, afirmó que la comunidad empresarial se estaba convirtiendo con rapidez "en el mejor aliado de la ONU" y que ésa era la razón "por la que las puertas de la organización están más abiertas que nunca a las empresas". Quizás si las finanzas de la ONU hubieran sido mejores en aquel momento hubiera tenido sus atrios más restringidos a ciertas multinacionales que llevan en sus genes una dosis de responsabilidad en la explotación de los países pobres y la generación de conflictos armados. Quizás si EEUU hubiera pagado los 900 millones de dólares que debía a la organización (aún debe 244), la ONU no hubiera tenido que hacer semejante ejercicio de claudicación para salir del colapso económico. Pero los hechos muestran que las grandes corporaciones están metidas de lleno en este 'negocio humanitario' y que la ONU está atrapada sin salida porque su presupuesto no le alcanza para seguir sosteniendo programas de vital importancia. Que se lo pregunten al Programa Mundial de Alimentos o al Alto Comisionado para los Refugiados que han visto recortar sus presupuestos año tras año.
Manipulada, humillada, desacreditada, utilizada... Unos la critican por considerar que llega demasiado lejos en su implicación en el juego político mundial; otros la desprecian por tibia y comparsa de los grandes poderes; y otros reniegan de su inoperancia, de su mala gestión y del despilfarro económico que ocasionan cada una de sus cumbres. Y a pesar de tanto descalificativo, Naciones Unidas se alza como único baluarte donde todavía prima el consenso por encima de la imposición, la cultura de paz por encima de la cultura del miedo y la guerra, el mundo diverso y mestizo por encima de la uniformidad delineada por las hegemonías mundiales. Baluarte siempre reivindicable a pesar de todas sus imperfecciones. Contribuir a su desgaste es un suicidio colectivo; fortalecer sus premisas originales, una buena manera de seguir trabajando por un mundo habitable. Aún es un garante de la civilización de los derechos humanos a la que aspiramos.
*Marta Caravantes é jornalista da Agência de Informação Solidária (AIS), da Espanha. Este artigo foi publicado no site La Insignia (www.lainsignia.org).
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